No abriré las puertas del hotel esta noche. No abriré ni una sola de sus habitaciones. Dejaré deshechas las camas, caladas las toallas y la nieve blanquinegra crepitando en los televisores.
Todos los frailes dormirán hoy en la calle. Que os arrope el manto de los años, si es tan vasto y tan fornido. La huella de sus índices no es mi norte, ni mi compás el ronquido de sus lecciones. No se extingue en sus cenizas el misterio de este fuego.
Llamarán a golpes los artistas pidiendo audiencia, arrastrando su casquería, llorando las migas de su miseria. Ya no hay balcones desde los que arrojarse. A morir sin duelos. Ahora mis manos serán cuenco roto de otras lágrimas.
Veré pasar de largo el fulgor de las turistas al otro lado de la acera. La fresca huella de sus colas estivales, el polvo estelar de sus tobillos, un velo de pulpa celeste. Cierro los ojos y mascan mis párpados el negro invierno.
No abriré las puertas del hotel esta noche. No abriré ni una sola de sus habitaciones. Hoy voy a dormir vacío, frente al espejo, dándome la espalda.