Viene de lo alto, de lo flotante,
de una región del cuerpo
que no es el cuerpo,
pero donde el cuerpo también se siente.
Allí, en la negra hondura,
teje el silencio su tormenta.
Desde allí —súbitas y azules—
se arrojan contra el pensamiento
cientos de minúsculas estrellas.
Nadie conoce el signo de esta ofrenda.
Nadie sino el poema.