No era malo que Baryton me considerara en conjunto con algo de desprecio. Un patrón se siente siempre tranquilizado por la ignominia de su personal. El esclavo debe ser, a toda costa, un poco despreciable e incluso mucho. Un conjunto de pequeñas taras crónicas, morales y físicas, justifica la suerte que lo abruma. La Tierra gira mejor así, ya que cada cual se encuentra en el lugar que merece.
La persona a la que utilizas debe ser vil, vulgar, condenada a la ruina, eso alivia; sobre todo porque nos pagaba muy mal, Baryton. En esos casos de avaricias agudas, los patronos se muestran siempre un poco recelosos e inquietos. Fracasado, degenerado, golfo, servicial, todo se explicaba, se justificaba y se armonizaba, en una palabra. No le habría desagradado, a Baryton, que me hubiera buscado un poco la policía. Eso es lo que te vuelve servicial.
Por lo demás, yo había renunciado, desde hacía mucho, a cualquier clase de amor propio. Ese sentimiento me había parecido siempre superior a mi condición, mil veces demasiado dispendioso para mis recursos. Me sentía muy bien por haberlo sacrificado de una vez por todas.
Ahora me bastaba con mantenerme en un equilibrio soportable, alimentario y físico. El resto, la verdad, ya no me importaba en absoluto.
Louis-Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche, 1932.