Anne Lisbet está tumbada boca arriba
sobre el ancho suelo de su dormitorio.
La tarde huele a hierba tibia.
El aire corre lleno del canto de los pájaros.
Anne Lisbet sube la cuesta pedaleando.
Desde la ventana de la cocina
veo brillar su blanca piel al otro lado del jardín.
Toda la calle se detiene para contemplarla.
Anne Lisbet dibuja un gesto entre sus labios,
el esbozo tan sólo de una breve sonrisa.
En el silencio reina el latido de un pulso arrebatado.
La felicidad es insoportable.