Te he
traído entre mis manos
hacia este
lugar próximo
con una
dulzura que trasciende
el amor y
la devoción.
Me he
sentado frente a ti
y he
entregado a tu figura
una sombra
tierna y expectante.
Con los
ojos en súplica
y la boca
entreabierta,
he tragado
envuelto en la costumbre
el
vestigio de un ruego.
(háblame)
Eres
porcelana,
fino barro
esmaltado inerte y frío.
No está
hecho de palabras tu idioma.
Si alguna
vez guardaste el calor de la tierra
o pudo
haber paz bajo tu abrigo,
si alguna
vez me amaste,
yo no
estaba.
Te
devuelvo a tu sitio,
al rincón de tu nombre,
a ese trono de rigor y
disciplina
donde podrás cumplir
con tu silencio.