La casa que habitas
nunca será mi casa,
pero conozco el drama diario
de sus paredes.
Ningún color viste
digno luto por tu ausencia.
Ningún tapiz. Ningún lienzo.
No has visto boquear
estas grietas que tu aliento soldaba
por tragar agónicas
la última mota de polvo
que tu paso levanta.
La puerta que cierras cada mañana
sella tras tus talones
un microcosmos de angustia:
los libros lloran sus letras
y todas tus cosas se arremolinan
en una ráfaga de miedo.
Temen como yo
que un día no vuelvas.