26 abril 2012

Oficios de un odradek [I]: aguador.

Te has subido al tren
y se ha empolvado el vagón
de ceniza.
Eres la persona más triste del universo.
No hay erial más pálido
que tu rostro
ni labor más ardua que tus gestos.
Todo en ti
brota ya mustio.
Voy a contemplarte inmóvil
otras cuatro estaciones,
y lo haré de nuevo mañana,
soñando que mi cuerpo riega
el yermo surco de tu cuerpo.

19 abril 2012

El conejo blanco.

Detesto su magia.
Pero la envidio.
Es vulgar, de mercadillo.
Me pregunto irritado
cómo os convence,
toda artificio,
qué os cautiva de este baile.
¿No os dais cuenta?
Pienso deshacer cada engaño,
cada trampa,
arruinar la función,
ser yo el mago.

Se abre el telón: desaparezco.

15 abril 2012

LI.

Encarnan sus labios
las batallas de un padre heroico
que mató a veintitrés hombres
en Indochina
a cambio de la mano derecha;
los rezos de una madre abnegada
velando con los huérfanos
a la mujer muerta
de su futuro esposo;
las blasfemias que un hermano colérico
lanzará contra el vacío
desde la cima desierta
del Mont Blanc.

Profana mi sexo
toda su historia.

09 abril 2012

Canción para dormir (solo).

Toda la noche
fingiendo que mis palmas
estrechan tu cara

y que tus dedos caminan
por mi espalda
sanando las llagas,

pero el frío
que atraviesa las ventanas
me recuerda que marchaste
cuando llega la mañana

y al fin duermo
acunado en la esperanza
de que alguien vendrá a reclamarle
mis cariños a esta almohada.

02 abril 2012

La risa de Dida.

Y sin embargo yo sentía horror de aquellos ojos que me miraban sonrientes y seguros; horror de aquellas lozanas manos suyas que me tocaban convencidas de que yo era tal como sus ojos me veían; horror de todo su cuerpo que me pesaba sobre las rodillas, confiado en el abandono que me demostraba, sin la más remota sospecha de que no se entregaba realmente a mí, y que yo, al estrecharlo entre los brazos, no estrechaba con aquel cuerpo suyo a una mujer que me pertenecía totalmente, sino a una extraña, a la que no podía decir de ninguna de las maneras cómo era, porque para mí era tal como precisamente la veía y la tocaba: ésta, así, con esos cabellos, y esos ojos, y esa boca, tal como en el fuego de mi amor se la besaba; mientras que ella besaba la mía, con su fuego distinto al mío e inconmensurablemente lejano, porque para ella todo, sexo, naturaleza, imagen y sentido de las cosas, pensamientos y afectos que formaban su espíritu, recuerdos, gustos y el mismo contacto de mi áspera mejilla contra la suya delicada, todo, todo era distinto; dos extraños, abrazados así -horror-, extraños no sólo el uno para el otro, sino cada uno para sí mismo, en aquel cuerpo que el otro estrechaba.

Luigi Pirandelo. Uno, ninguno y cien mil, 1927.